EL MEJOR AMIGO…

EL MEJOR AMIGO…

RELATO

 

 

 

 

 

 

Sé que es tópico elegir a un perro como protagonista de una historia de animales, pero en mi caso tiene justificación. El mío era muy inteligente. Y, no, no como los vuestros porque os dan la patita, os piden comida o que les acaricien. El mío hablaba. Elucubraba, reflexionaba, discutía…

Mi perro me discutía por afición. Me llevaba la contraria por norma. Era un chucho prepotente y con una voz bastante bien modulada. Adquirió este don al año de vida. Antes de eso no le había oído ni ladrar ni gemir. Después, en cambio, si me proponía ver algo de Marvel, él prefería “Sólo Asesinatos en el Edificio”. Si ponía “Aquí no hay Quién Viva”, él hacía zapping buscando cine clásico…

Esto no fue así cuando era un cachorro. Era un perrete bastante normal, muy avispado y tranquilo, pero, sobre todo, muy cariñoso. El mejor amigo del hombre, que dicen. Luego la cosa se torció.

Los perros nos gustan por un punto de ternura y dos o tres de prepotencia y condescendencia. Nos sabemos superiores, somos sus dioses, son dependientes y cariñosos. Esto sin contar con las necesidades, trastornos o carencias que podamos tener cada uno de nosotros. Y encima no hablan. Ese saberte más inteligente que ellos elimina conflictos. No te llevan la contraria y siempre están ahí. La incomodidad de limpiar cagadas durante cierto tiempo es la única molestia… Pero claro, este es distinto… Este cagaba en el váter.

La primera vez que habló fue impactante, creí que había entrado alguien en casa. Primero con cierta torpeza, pero rápidamente con bastante soltura. Al principio no se lo dije a nadie por petición suya, de tal manera que llegué a pensar que me estaba volviendo loco, que sólo lo escuchaba yo. Al segundo año, una tarde de verano, le dijo a la que era mi novia, Marta, que estaba muy buena…

No es que me molestara que tuviera buena relación con ella, pero tanto mimo, tanto magreo, tanta conversación trascendente, tanto cuchicheo, llegó a incomodarme bastante. Sé que dicho así puede sonar raro, tener celos de un perro, pero es que vosotros no le conocéis. Así empezaron las discusiones con ella. La ruptura vino tras una gran bronca por un crucero que quería hacer con Truman, que es como llamé al chucho. Pasó mucho tiempo hasta que volví a saber de ella…

Él, por su parte, no pareció muy afectado, vivía su vida con bastante independencia. Un día, al llegar a casa, estaba con un ligue. Sentí cierto alivio porque fuera una perra. Era más grande que él, con unas buenas patas traseras. Es de suponer que la perra no se enteraba de nada, pero mostraba mucho interés, moviendo frenéticamente el rabo, a las explicaciones que daba él sobre “The Boys” y su influencia nietzscheana, así que id a saber… Lo mismo entendía todo y, simplemente, no sabía hablar, como el resto de los jodidos perros. Yo ya no sé.

Aunque su comportamiento de cachorro era como el de cualquier perro, fue cambiando de una manera bastante acelerada, asemejando su manera de actuar a la de un hombre. Tiempo después la cosa volvió a cambiar, pero desde otro prisma. Reconocía que era una vulgaridad eso de olerse los culos o comer sin cubiertos. Lo había pasado mal mucho tiempo porque él tenía un punto esnob, pero había aprendido a aceptar todo aquello. Al fin y al cabo, su condición de perro hacía que eso se viera bien, normal, así que entregarse al puro instinto, follar delante de todos o comer de cualquier manera, era una forma de abandonarse, relajarse, conectar con su yo animal en acciones bien aceptadas socialmente. Porque si algo tenía es que era muy social… Eso sí, seguía yendo al váter…

Obviamente tenía la capacidad intelectual para criticar mi forma de cocinar, si ponía demasiada sal, si usaba algún ingrediente o los tiempos de cocción, pero no la habilidad manual para llevarlo él mismo a cabo. Esto le frustraba. Cabezón y orgulloso, se propuso hacer una tortilla. Verlo intentar darle la vuelta fue algo realmente violento… Era un perro. Un sibarita tocahuevos.

La inteligencia de Truman crecía día a día. Y con ella su lado más oscuro. La inteligencia abre puertas de maldad. Y eso comenzó a asustarme. Fue haciéndose tiránico, se adueñó de la casa y yo fui aceptándolo sin darme cuenta. Su carácter se hizo esquivo, taciturno, sumido en lecturas filosóficas y legales. No paraba de reprocharme y exigirme cosas, no me perdonaba que siguiera tratándolo como a un perro, que me negara a comprarle una cama o le amarrara con correas para salir a la calle. Era un manipulador sibilino y cruel. En no pocas ocasiones me planteé abandonarlo en una gasolinera, pero éste sabía volver…

Lo veía observándome por las noches, con sus ojillos brillantes, esbozando lo que parecía una pérfida sonrisilla cuando me despertaba, o eso me parecía a mí, porque no estoy seguro de que los perros puedan sonreír… Asumí que mi perro no me caía bien.

Nunca me había preocupado por lo que hacía en las madrugadas, cuando se quedaba estudiando, revolviendo papeles torpemente. O en sus escapadas sin mí, que me veía obligado a castigar. Quiero decir que no lo vi venir. Yo no lo aguantaba, pero convivíamos dentro de unas reglas.

Ahora él es famoso, como imagino sabéis, no sólo por ser el único perro que habla, sino por ser el primer perro emancipado y dueño de una casa. La mía.

Planeó todo un entramado legal, grabó maltratos físicos y verbales, consiguió un estatus excepcional que lo homologaba al de cualquiera humano y consiguió que me condenaran por distintas causas…

Saliendo con mis cosas del bloque me crucé con Marta. Ella no me vio. Llevaba al chucho en brazos y esperaba el ascensor. Truman sí me vio sobre su hombro. Me miro con esos ojillos entornados mientras le decía al oído: Estoy deseando llegar a casa.

El mejor amigo…

 

sambo

Leave a reply