EL VIAJERO

EL VIAJERO

RELATO

 

 

 

 

 

 

He sido viajero de mochila y zapatilla, de olor y sabor, pero también del espacio y del tiempo. Fui viajero antes de saberlo y espero serlo tras marchar. Fui, soy y viajero seré, porque viajar no sólo es tránsito. Es partida y destino, es estancia y aprendizaje, es marcha y recuerdo. Es serlo todo en todo tiempo y nada a la vez, es descubrir lo oculto y desaparecer en otros, es sembrar en desconocidos aquello que regaron en ti.

Viajero, como hijo de la curiosidad y la inquietud, me he movido desde todas las latitudes y en todos los transportes, me ha dado igual el tren que el avión, una barca que un carro, he partido desde puertos y estaciones, desde un sofá, una hamaca o las sombras frescas de un árbol a lomos de unas páginas.

Así pude descubrir los más recónditos parajes, patearlos y navegarlos, sobrevolarlos y entenderlos, en su pasado y en su futuro, ayer y mañana, en sus inicios y sus finales…

Exploré cada rincón de Italia, desde la dorada Florencia a la húmeda Venecia, perseguido por los ecos de un glorioso pasado romano sin encontrar un amor adolescente en un balcón de Verona, pero surqué en círculos todo el saber, divino y racional, junto a Beatriz y Virgilio. Entre efluvios de vodka llegué a Rusia, parando en cada estación con miedo a que una dama desesperada se lanzara a las vías. Besé París desde las alturas de la Torre Eiffel y lo recé arrodillado en Notre Dame antes de sacar mi espada y batirme en duelo, de gozar de infinitas amantes y eternos encuentros, de deambular en carroza sin parar junto a una mujer infiel y diseñar góticas catedrales con sabor a hiel.

Admiré el arte y la arquitectura barroca austriaca, pero evité entrar en edificios oficiales, temeroso de no poder salir jamás. Hice pactos indecorosos en Alemania mientras deseaba que el tiempo se detuviera. Disfruté de las verdes campiñas inglesas entre párrocos y amores adolescentes llenos de orgullo y sensibilidad.

Crucé los Estados Unidos por el Misisipi sintiéndome como un niño aventurero. Me hospedé en hoteles congelados para terminar con demonios y fantasmas abandonados. Desde las playas de California cogí un sombrero para investigar crímenes entre casas de estuco. Estuve a punto de congelarme en el Ártico y en mi delirio creí ver una extraña y monstruosa criatura…

Libre de crimen y culpa, atravesé continentes en el Orient Expess. Disfrutando de su gente y su gastronomía, crucé España de punta a punta para ayudar a atribuladas damas cual caballero andante, codeándome a su vez con clérigos, hidalgos y ciegos…

Durante unas vacaciones de ochenta días que dieron para mucho más que una vuelta al mundo, rescaté libros que iban a ser quemados por bomberos y me escondí en los bosques de la Tierra Media con temor a ser descubierto.

Ahora, llegando al final del camino en esta cómoda cama de hospital, entre mimos, cuidados y recuerdos, cuando mis pies hace tiempo que no me acompañan y sólo las alas mecanografiadas, mi particular máquina del tiempo, me trasportan lejos de allí, sigo viajando con alegría y curiosidad a solas o junto a mis nietos, iniciándoles en aventuras que espero ellos mismo vivirán. Ultimando los detalles, me preparo para ese viaje final que será o no será, reconociéndome en su mirada soñadora al emprender un nuevo rumbo bien conocido por mí. Y yo me pierdo allí, en el horizonte de unos jóvenes ojos con todo por descubrir.

 

sambo

There is 1 comment on this post
  1. agosto 08, 2020, 5:02 pm

    Lo importante es el viaje,no el destino, o algo similar que dijo Cavafis en su día. Un lector viajero como el que te deja este comentario disfruta de ambos placeres, de viajar leyendo y leer sobre el viaje que estoy realizando. Esa sensación me transmite tu relato, si bien veo que tienes (igual que yo) el continente africano en los asuntos pendientes. Saludos.

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